El cazador de barcos by Justin Scott

El cazador de barcos by Justin Scott

autor:Justin Scott [Scott, Justin]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras
publicado: 2077-12-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO XVI

El Swan, perseguido por el revuelto oleaje, corría empujado por un frío ventarrón. Olas que venían tras él, rompiéndose en gigantescas crestas de cientos de metros de largo, lanzando espumarajos y borboteos con un rugido de ultratumba.

Empezaban a cambiar de rumbo, virando del sudoeste al oeste, directamente a popa de la dirección que había tomado Hardin para cortarle el paso al Leviathan. Al principio Peter pensó que era una suerte, pues la única manera de sobrevivir a la terrorífica fuerza era mantener la popa del velero de cara al movimiento del oleaje, para que subiera con las olas antes de que éstas rompieran sobre el barco. Pero cada vez que el velero trepaba por la inclinada pendiente de una ola, su esbelto casco de regatas lo traicionaba.

El barco era, simplemente, demasiado veloz. Al levantarse la popa con cada sucesiva oleada, de manera que la proa quedaba mirando hacia abajo, al fondo del seno de la ola, el velero aceleraba su velocidad y se precipitaba por la pendiente cada vez más inclinada con tal rapidez que corría el riesgo de hocicar bajo el agua y dar un tumbo.

Tendría que frenar su marcha. Arrió el tormentín y, para reducir la superficie expuesta al viento, acurrulló una vez más la vela mayor de tormenta, aferrándola a la botavara, y sustituyó la veleta del piloto automático por otra más pequeña. No sirvió de gran cosa.

El velero, con los palos desnudos, seguía lanzado a la carrera, visto lo cual Hardin cogió el cabo más resistente que tenía —una maroma de nailon para anclas, de dos centímetros y medio de grosor—, hizo un gran nudo corredizo en el extremo, lo lastró con una de las anclas que llevaba de reserva, y lo fue largando por encima de la regala de popa. El grueso cabo lastrado, remolcado a bastante profundidad, disminuyó en un nudo la velocidad del velero.

Hardin preparó más cabos y los fue largando. Mientras registraba los pañoles de popa en busca de algo para lastrarlos, desenterró de pronto el trozo de malla rota, desechada por algún buque de carga, que había recogido en Rotterdam. Lo ató a un cabo de nailon de una pulgada, el último que le quedaba, y lo soltó hasta que quedó flotando a sesenta metros de la popa.

Cuando terminó esta operación ya era de noche. Densas nubes ocultaban las estrellas y sólo el resplandor del rompiente de las olas en torno a la quilla atenuaba un poco la oscuridad. Los cabos de freno y la red habían retardado el avance del barco en la medida suficiente para poder controlarlo hasta cierto punto. Hardin acopló el piloto automático y bajó a descansar un rato.

Ajaratu estaba dormida y respiraba acompasadamente. En el camarote reinaba una extraña calma. El rugido del mar quedaba amortiguado, el silbido de las crestas llegaba muy apagado. Tenía que ponerse ropas secas, pero todavía tenía mayor necesidad de comer y no sabía cuánto rato podía permanecer allí abajo, de modo que se puso el arnés de seguridad acoplado



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